Por Revista de Crítica Cultural N° 21 p. 36-39 / Noviembre de 2000 / Biblioteca Nacional Digital

La discusión sobre ciertos artículos de ley que convierten en delito penado con cárcel la ofensa a la moral y las buenas costumbres, toca los límites entre conduc­tas sexuales, espacios públicos, formas de vida y ejercicios de ciudadanía.

Falta mucho para que el estado y la sociedad chilena manifiesten un compromiso explícito con los derechos de las minorías, y también para que la izquierda asuma que la subjetividad es una categoría política.

R.C.C: Quizás tenga sentido partir evocando el trayecto histórico del movimiento homosexual en Chile.

¿Cómo va tomando forma colectiva y política ese movimiento?

J.P.S: Lo primero que habría que destacar es que el MOVILH (Mo­vimiento de Liberación Homosexual) surge de la transición política: ése es su contexto de emergencia. Es la primera organización que nace con el perfil político de un trabajo pro-derechos civiles de las minorías sexuales. Lo interesante es que se articula a partir del relevo de lo que habían sido las luchas contra la dictadura, protagonizadas por sujetos que venían de distintos movimientos sociales y que hacen converger en el MOVILH sus militancias varias, sus distintas modalidades de cons­trucción política. Se trata de actores que provienen del Partido Comu­nista, de la Izquierda Cristiana, del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) y de organizaciones sociales . Quizás la primera bata­lla importante que traza un objetivo prioritario y le da una cierta cohe­sión a la lucha homosexual fue la pelea por la derogación del artículo 365 del Código Penal, referido a la penalización de la sodomía. El Có­digo Penal chileno es calcado del Código Penal español, opera con el mismo trasfondo moral e ideológico, y en España esa pelea se dio hace más de treinta años. En realidad, se trataba sobre todo para nosotros de subrayar la violencia simbólica que ejerce la ley al dejar que el Estado se inmiscuya en el ámbito de lo privado, para sancionar conductas sexua­les individuales. Esa dimensión simbólica de la ley va mucho más allá de las aplicaciones efectivas del artículo en cuestión o de sus conse­cuencias de represión material en la realidad chilena. Luchar por la derogación de ese artículo, le sirvió de vector de consolidación políti­co-homosexual al movimiento.

Ahora bien, después de ese proceso de trabajo político vino un mo­mento de repliegue y contradicciones que tenía que ver con re-formular alianzas sociales y políticas. Por otra parte el Sida, como en todos los movimentos homosexuales del mundo, impacta fuertemente y nos exi­ge tomar medidas para enfrentar la epidemia. Las discusiones provoca­ron un quiebre desde las distintas opiniones que asumían el tema. De ahí a la fecha se produjo un proceso de unificación y re-fundación del MOVILH que terminó en el Movimiento Unificado de Minorías Sexua­les MUMS: unificación que se dio entre el MOVILH y el Centro Lambda Chile. Esto le dio coherencia al sentido político inicial del movimiento y abrió una continuidad histórica que complejiza los debates: que es capaz de reformular estrategias, discutir disidencias y construir nuevos escenarios de acción.

R.C.C: En relación al Código Penal, ¿cuáles otras significativas batallas jurídicas siguen pendientes?

J.P.S: Hay cuestiones muy emblemáticas en el aparato jurídico chi­leno. A través del tiempo se ha intentado especializar el castigo a los homosexuales como a otros sujetos sociales disolventes de la moral publica. Un antecedente directo, en este sentido, fue la ley de estados antisociales del año 1954. La ausencia de un reglamento que materiali­zara esta ley impidió su ejecución, pero se trataba de la instalación de granjas agrícolas donde se llevarían a reclusión a homosexuales, locos, vagabundos y otros indeseables para el poder. Llama la atención la se­ñalización exclusiva de la homosexualidad en las leyes chilenas, instaurando un ingente aparato simbólico que ordena conductas sexua­les y designa los cuerpos más desprovistos y de mayor castigo. La de­rogación del artículo 365 del Código Penal, el año 1998, abre otras discusiones pendientes en la legislación chilena. Algunas de las nor­mas todavía vigentes son el artículo 373 del Código Penal, que señala que la ofensa a la moral y las buenas costumbres es un delito penado con cárcel, y el artículo 374 que sanciona la difusión de contenidos contrarios a las buenas costumbres. Sin duda que esta discusión des­pliega un debate más amplio que pasa por las tensiones entre los espa­cios públicos y las conductas sexuales, las formas de vida y sus ejerci­cios de ciudadanía.

R.C.C: ¿Cómo evalúas los pasos dados a lo largo de estos años de militando y organización del Movimiento, tomando como dato recien­te el gran número de personas que los acompañó durante los actos de Septiembre pasado?

J.P.S: Al pasar de los circuitos más restringidos de los grupos de integración homosexual que, durante la dictadura, funcionaban hacia adentro a estrategias posteriores de intervención de la escena pública, nuestro desafío fue articular caras y rostros que asumieran la causa homosexual y aceptaran reconocerse públicamente en ella. Fue en 1992 cuando se da la primera aparición pública del movimiento en el contex­to de una marcha por los derechos humanos, en el primer aniversario del informe Rettig. En esa oportunidad marchamos 12 personas. Desde ahí al 17 de Septiembre pasado, sin duda que hemos constatado avan­ces significativos. La actividad de este año convocó a 5000 personas marchando por el centro de Santiago. El primer festival de cine gay que realizamos en el Cine Alameda durante el mismo mes de Septiembre tuvo que extenderse una semana debido al éxito de público. Fueron 3.000 personas. Vale la pena hacer notar que la mayoría de las películas había sido ya exhibida con anterioridad, sin tantos espectadores. Fue la convocatoria que explicitaba el marco de referencia gay lo que poten­ció el interés del público. Esto habla de pasos importantes que orientan un trabajo a largo plazo en la sociedad chilena. Existen avances, sin embargo, esos avances se refieren quizás más a una práctica discursiva que ha logrado minar de alguna manera los discursos políticos pero que, en la práctica cotidiana, se contradice con las diversas formas de discriminación y homofobia que siguen operando diariamente.

R.C.C: ¿Con qué financiamiento se sostuvo el Movimiento durante todos estos años, para organizarse socialmente?

J.P.S: Los primeros cuatro o cinco años de funcionamiento nuestro contaron con el aporte económico de una congregación católica de monjas holandesas muy progresistas que financiaron nuestro trabajo político en el campo de los derechos civiles. Luego gestionamos pro­yectos financiados sobre todo por las agencias internacionales de la Comunidad Europea. Hoy día estamos desarrollando proyectos princi­palmente en el área de los derechos humanos de las minorías sexuales y por otra parte, desarrollando políticas de trabajo preventivo en vih/sida con una perspectiva antidiscriminatoria. En esa sintonía, los últimos años la CONASIDA ( Comisión Nacional del Sida ) ha apoyado pro­yectos nuestros que ejecutan estrategias focalizadas de prevención ha­cia la población homo-bisexual.

Quizás siempre haya existido una tensión entre la lógica de las ONG’s que nos sirvió de soporte y la dinámica del movimiento social. La tensión consiste en que debemos sostener el ejercicio organizado de una planificación estratégica por una parte y por otra, valerse de esta herramienta para la construcción ampliada de una fuerza social. Quere­mos construir operativamente un marco de acción pero a la vez nos mueve un deseo político de transformación de la realidad, por lo cual no podemos caer en la trampa de institucionalizar la causa homosexual. Quizás debamos entender que cualquier figura que sostenga al movi­miento formalmente es sólo eso: una figura.

R.C.C: ¿Cómo se relaciona el movimiento chileno con los demás movimientos homosexuales, en el contexto de las organizaciones y de­bates internacionales?

J.P.S: En los encuentros gays internacionales, se nota claramente una división Norte/Sur que nos acerca más al modo en que se conciben los movimientos homosexuales en Latinoamérica o en los países más pobres de Europa que en el mundo europeo o norteamericano. Hay cer­canías además con nuestros compañeros del Movimiento Homosexual de Cataluña que conjugan, muy politizadamente, la cuestión homosexual con un horizonte de luchas de emancipación que desbordan y amplían su accionar hacia micropolíticas de transformación social. La realidad de América Latina se ve cruzada por la precariedad de los derechos económicos, sociales. Mientras, en algunos lugares del mundo, las mi­norías sexuales son un sector más dentro de la sociedad y las demandas del movimiento gay del primer mundo van desde casarse, adoptar hi­jos, como profundización de la integración social de gays y lesbianas, aquí se persigue a las travestís sistemáticamente, se detienen a gays habitualmente en la vía pública, se discrimina en los trabajos, y en paí­ses como Brasil o Guatemala, se asesinan travestís en la mayor impuni­dad. Yo diría que el territorio de la pobreza, la represión y la precarie­dad de nuestras democracias permea cualquier ejercicio de construc­ción política del movimiento homosexual. No cruzarlo con estas di­mensiones, sería reducir la liberación homosexual a una demanda sin futuro que se conforma con las propuestas más legalistas o bien se homologa al consumo.

R.C.C: ¿Cómo se entrecruzaron y descruzaron las militancias polí­ticas y homosexuales en el interior del MOVILH: hubo tensiones, con­flictos de posturas?

J.P.S: Sí, existieron diferencias que dieron lugar a discusiones im­portantes. Recuerdo, por ejemplo, una discusión con motivo de la ins­talación de la Cárcel de Alta Seguridad. Para algunos de nosotros, era importante hacer valer nuestra solidaridad con los presos políticos del Lautaro o del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, porque la Cárcel aparecía como el símbolo represivo de una modernización neoliberal que criticábamos. Esta posición nuestra partió de una reflexión política sobre las nuevas formas de control político tanto en la disposición de espacios de micro-vigilancia como en la disolución de espacios colec­tivos y en la anulación de subjetividades. Se trataba de la sofisticada vigilancia instalada en la transición política para profundizar el pro­yecto neoliberal en curso. Nuestra posición salió fortalecida al enten­der al movimiento como una instancia de cuestionamiento global, no parceladamente, como lo entendían otros. Dentro del movimiento, es­taban por ejemplo posturas institucionales y normalizadoras, burgue­sas desde un sentido moral y político, como la de Rolando Jiménez, que plantean que la condición homosexual es una bandera de lucha en sí misma y que no hay que dcsperfilarla mezclándola con cuestionamientos que se salen del ámbito de la homosexualidad. Esa postura busca normalizar la homosexualidad, blanquearla y asume como única herramienta el cambio jurídico. Nos parece ser una visión muy inmediatista, ya que no toma en cuenta la capacidad del movimiento social de desencadenar transformaciones culturales. Hay ahí una bús­queda de igualdad sexual limitada, que se integra al modelo social y político establecido sin cuestionar la manera de ser integrada ni menos pretender desestabilizar la moral pública. Nosotros criticamos ese esencialismo de la identidad gay tomado como un referente tan cir­cunscrito, y creemos que la lucha homosexual debe articularse necesa­riamente con otras fuerzas de cambio, con otros movimientos sociales, y que de esa transversalidad depende su capacidad de desajustar el modelo neoliberal.

Recordemos que el cortejo social de los heterosexuales es público mientras que, en el mundo gay, está limitado a tráficos informales, fugaces y callejeros, siempre a contrapelo de los poderes. En las discos de fines de semana, los gays adeudan la normalización social que deben pagar a diario.

R.C.C: En la marcha del 17 de Septiembre, la presencia política más notoria fue la de Gladys Marín.¿Cómo se dieron las relaciones con el Partido Comunista, y más ampliamente, cómo el Ml/MS entró en diálogo con el mundo político de la izquierda y el bloque concertacionista? ¿Qué interlocutores políticos han demostrado ma­yor receptividad a sus propuestas?

J.P.S: Los circuitos de diálogo iniciales se fueron creando con el PDI (Partido Democrático de Izquierda) que formaron excomunistas como Luis Guastavino, Fanny Pollarolo, etc. Este circuito de disiden­cia PC fue el primer lugar donde nos instalamos. Resultó complicado porque el hecho de insertar en el partido el discurso politizado de una minoría sexual fue produciendo muchas tensiones en su interior. Intro­ducíamos temas que el partido como tal no había tenido oportunidad de discutir. Al final, tuvimos que irnos de ahí: el PDI nos instó a salir formalmente asumiendo, por cierto, la debilidad que les provocaba nues­tra permanencia.

Las interlocuciones más cómplices han sido con el sector más progresista de la Concertación: Fanny Pollarolo, María Antonieta Saa, el diputado Jaime Naranjo y Enrique Correa. En todo caso, las relaciones son siempre conflictivas tanto para quienes nos apoyan como para el mismo movimiento, porque la fuerza homosexual no puede dejarse limitar o subordinar por la instrumentalidad de la po­lítica institucional.

Con el Partido Comunista, las cosas también fueron evolucionan­do aunque en registros siempre complejos. Recuerdo los tiempos de mi militancia comunista y las dificultades para cruzar mi propia bio­grafía homosexual con los códigos de la política de izquierda clásica. La lucha contra la dictadura era el referente de movilización política en esos años, y había poca cabida para cuestiones que se considera­ban laterales, distractoras. Me parece que las cosas han ido cambian­do, en gran medida, por la fuerza política que ha ido adquiriendo el mismo movimiento homosexual y también gracias a la imagen de cier­tas complicidades individuales como las creadas, por ejemplo, entre las figuras de Gladys Marín y Pedro Lemebel. La evaluación que hacemos nosotros de las relaciones entre el movimiento homosexual y el mundo político de la Concertación es bien contradictoria porque, por una parte, algunas de nuestras iniciativas han recibido apoyo concreto de organismos estatales, que son señales favo­rables pero escasas en relación con esa gran síntesis del poder que vie­ne siendo un Estado. Por otra parte, sentimos que existe mucho temor a dar señales públicas, a aparecer públicamente ligado a la causa homo­sexual o a verse reconociblemente identificado con ella. Falta mucho en la sociedad chilena para que se logre explicitar claramente un com­promiso de parte del Estado con los derechos de las minorías y sus políticas de antidiscriminación social y sexual.

R.C.C: ¿Qué relaciones fue estableciendo el movimiento homosexual con el espacio feminista?

Al decir “feminismo», se habla de un activismo social pero se ha­bla también de teoría y crítica feministas, de un discurso que ha abier­to un importante campo de formulaciones simbólicas en torno a las divisiones de género y poder. ¿Se puede hablar en Chile de un «dis­curso homosexual», en el sentido de un campo de reflexión y proposi­ciones culturales que vayan más allá del nivel estrictamente militan­te -reivindicativo?

J.P.S: Compartimos con el feminismo la crítica al orden patriar­cal, a la imposición de roles programados por la institución fami­liar y la norma heterosexual del sistema cultural dominante. Ha ha­bido muchas cercanías y también diferencias con la discusión en el feminismo, según los momentos y acompañando las diferentes eta­pas de reformulación del mismo feminismo: me acuerdo, por ejem­plo, de los tiempos de la escisión entre Margarita Pisano y lo que fue La Morada después o bien, cuando las feministas, decidieron lanzar una candidata a diputada, Isabel Cárcamo. No ha habido nunca un alineamiento programático, pero sí articulaciones coyunturales. Además, toda la reflexión del feminismo sobre el tema de la “dife­rencia” nos ayuda a pensar cómo transformar la subjetividad en una categoría política.

No se puede hablar todavía en Chile de un «discurso homosexual”, con tanta movilidad de registros como la desplegada por el feminismo. En el movimiento, la movilidad se da más a partir de los desplaza­mientos personales, de los tránsitos que algunos realizamos entre la militancia político-homosexual y la escena cultural o literaria. Es de­cir, yo mismo he articulado una biografía cultural y política donde busco cruzar deseos, ficción, estrategias, teoría, a través de políticas litera­rias de escritura y también de intervención cultural y social. Estos des­plazamientos hablan de distintas formas de experiencia y también de distintos relatos, es decir, de distintas construcciones de la práctica homosexual, de diversas maneras de narrar y de poner en escena la homosexualidad. Por lo mismo, me parece importante que el movi­miento se abra a otros lenguajes c imaginarios, a otras estéticas cultu­rales que vayan más allá de la simple reivindicación social para que seamos capaces de transitar en oposición a las hegemonías con relatos no tan disponibles ni agenciables por el poder.

R.C.C: Uds decidieron cambiar la fecha del calendario interna­cional en que se realizaba la marcha gay para trasladarla a un mes tan cargado de significación como el mes de Septiembre en Chile. ¿Cómo se tomó esa decisión?

J.P.S: Desde el punto de vista del desarrollo político de la organiza­ción homosexual en Chile, queríamos ser capaces de dar un salto cuali­tativo y de generar un impacto público. Era más cómodo seguir movién­dose en las mismas redes de siempre, pero queríamos cambiar los códi­gos e imaginar otros ejercicios para responder a nuevos desafíos. Deci­dimos producir esta ruptura en torno al carácter doblemente simbólico del mes de Septiembre que es político por el recuerdo del golpe militar, y nacional por las fiestas patrias. Quisimos apropiarnos de estos signifi­cados tan emblemáticos para la sociedad chilena, y erosionarlos crítica­mente. Además queríamos conmemorar un suceso trágico y confuso: el incendio de la Divine en Valparaíso, en Septiembre del 1993, en el que murieron según las versiones oficiales dieciseis homosexuales. Nunca se aclararon las circunstancias de esas muertes, pese a que exigimos un Ministro en Visita. Queríamos subrayar cómo un hecho que causa con­moción pública no es investigado en profundidad, y también hacer reflotar durante Septiembre ese otro pedazo de memoria sumergida.

R.C.C: En ciertas escenas de las actividades públicas de Septiem­bre, se vieron a las figuras trasvestis de Víctor Hugo Robles y la Michelle tratando de generar alguna interferencia corporal y escéni­ca que pusiera en tensión el marco de presentación de los eventos.

¿Le asignas un valor crítico a la torsión paródica -femenina- del trasvestimo, en relación al discurso gay de la militancia organizada?

J.P.S: Fueron Las Yeguas del Apocalipsis (un colectivo formado por Francisco Casas y Pedro Lemebel) las que inauguraron el juego de las escenificaciones trasvestis y me acuerdo, por ejemplo, de un encuentro militante hace varios años donde sí la estética de Las Yeguas provocó una zona de tensiones críticas con el discurso político-organizacional de la homosexualidad: parodia travestí versus militancia de izquierda homosexual, como lenguajes en pugna. No sé si las actuaciones de aho­ra logran construir o sostener esta tensión, si van realmente más allá de la simple espectacularización de un deseo de figuración y protagonismo individual. Me parece que hay una escolarización política del discurso de la diferencia, una simplificación que debilita a la figura trasvesti al plantearla sólo escénicamente como una contrapartida femenina a un poder gay supuestamente inasculinizado. La figura del trasvesti puede quedar atrapada en una caricatura de identidades, y serle en ese sentido funcional al poder que busca estas representaciones más fáciles de ma­nejar para luego convertirlas en estereotipos. Las identidades no son estáticas sino que constituyen maquinarias políticas. Un cuerpo desde cierta identidad, es también su contexto. El problema es el desprecio de algunos por los ejercicios políticos colectivos. La hegemonía ha institucionalizado un modo de hacer política que tiene más que ver con una escena individual capitalizada para obtener escenarios que para co­lectivizar apuestas políticas. En ese sentido rescato la agrupación de travestís ( Través Chile) que quieren ser reconocidas en su diferencia, diferencia que está sobre todo ligada a las condiciones materiales de existencia del comercio sexual, al hecho de ser la expresión más vulne­rable y físicamente castigada de la homosexualidad en la calle, y al de­seo de construir desde la politización de sus cuerpos un escenario públi­co que escapa a la individualidad.

R. C.C: La dimensión política y simbólica de la cuestión homosexual iría por el lado de construir subjetividades alternativas al modelo de identidad asignado por la cultura dominante. Sin embargo, la comercialización del tema gay produce visualmente una multitud de cuerpos integrados, señalizados por la moda que rige las apariencias sexuales en los espacios de socialización de las discos. ¿Cuál es tu mirada sobre estos espacios?

J.P.S: Hay que tener mucho cuidado con el mercado que, efectiva­mente, fabrica estéticas gays domesticadas. Hay un eonsumismo gay que se nota mucho en estos templos de las apariencias que son las dis­cos y que no tiene ver con un contexto de real liberalización de las conductas sexuales: recordemos que el Fausto funcionaba en plena dic­tadura en Chile. Las organizaciones homosexuales tienen relaciones pe­leadas y tensas con el mundo de las discos gays por la displicencia de los dueños hacia la actividad política de las organizaciones . Las discos son parte hoy del gran imperio de la administración de la vida social nocturna de gays y lesbianas. Recordemos que el cortejo social de los heterosexuales es público mientras que, en el mundo gay, está limitado a tráficos informales, fugaces y callejeros, siempre a contrapelo de los poderes. En las noches de fines de semana, los gays adeudan la norma­lización social que deben pagar a diario. Son los únicos espacios que existen, aunque responden a lógicas de consumo y no hacen otra cosa que re-producir consumidores en base a la segmentación y ghetización que la sociedad regula para las minorías. Sin duda que en los espacios mas erráticos de lo popular, existe otro desorden estético, otra pulsión erótica y los mecanismos de seducción son mucho más híbridos, al con­trario de la disco en cuyo espacio sobre-erotizado, de triunfo hedonis- ta, los cuerpos perfectos se disipan al instante.