Por Víctor Hugo Robles

Un domingo 22 de junio de 1973, el mismo día en que el ultra derechista grupo Patria y Libertad hacía explotar una bomba en el monumento al Che Guevara en la comuna de San Miguel. Se originaba la primera rebelión homosexual en la historia de Chile. Una desconcertante, audaz e inédita manifestación pública.

Eran los tiempos en que la «Raquel», la «Eva», la «Larguero», la «Romané», la «José Caballo», la «Vanesa», la «Fresia Soto», la «Confort», la «Natacha», la «Peggy Cordero» y la «Gitana», se reunían a conversar agitadamente en la céntrica Plaza de Armas de Santiago. Y no sólo a charlar de sus locas, proletarias y alborotadas vidas, sino que también a vivir y pernoctar en la populosa plaza capitalina. «Casi vivíamos ahí, a veces también dormíamos en algún rincón. En el día nos dedicábamos a pedir monedas y después íbamos a comer a la UNTAC (actual edificio Diego Portales), porque vendían comida bien barata y súper rica. Después volvíamos a la Plaza de Armas y en la noche íbamos a patinar por Providencia o a la Plaza Italia,» recuerda con aires de nostalgia, Luis Troncoso, la «Raquel», 48 años, y quien fuera uno de los intrépidos protagonistas de la primera rebelión homosexual en la historia de Chile. Una desconcertante, audaz e inédita manifestación pública, acontecida un domingo 22 de junio de 1973, el mismo día en que el ultra derechista grupo Patria y Libertad hacía explotar una bomba en el monumento al Che Guevara en la comuna de San Miguel.

«TE CORTABAN EL PELO POR SER MARICÓN»

Así, mientras el alborotado mundo político concentraba su coyuntural interés en este simbólico atentado terrorista perpetrado por la extrema derecha chilena, la prensa sensacionalista cubría los pormenores de una singular manifestación pública jamás vista, ni pensada siquiera, en nuestra homofóbica sociedad, y cuyos protagonistas centrales era un intrépido grupo de homosexuales que poco o nada tenían que perder. «Nos atrevimos a protestar porque estábamos cansados del abuso policial. En ese tiempo yo debo haber tenido unos 18 años y casi vivía detenido por ofensas a la moral y las buenas costumbres. Si no iba preso, era rapado por la policía cuando me sorprendían puteando en la calle», relata José Ortiz, 52 años, estilista de un céntrico caracol de Santiago, y otro de los valientes promotores de este inusual acontecimiento. «Protestamos porque estábamos cansadas de la discriminación. En esos años, si andabas en la calle y los pacos se daban cuenta de que eras maricón, te llevaban preso al tiro, te pegaban y te cortaban el pelo por el sólo hecho de ser homosexual. Las cárceles y las comisarías eran como hoteles para nosotras. En ese tiempo nadie nos defendía, ni siquiera teníamos el apoyo de nuestras familias porque una se arrancaba de la casa para vivir su vida más libre», confiesa Luis Troncoso, la «Raquel», asegurando que en esos años «no había tanta libertad como ahora para ir a reclamar a alguna parte. No quedaba otra que quedarse callado», asegura.

DE LA TIA CARLINA AL BLUE BALLET

Hasta ese convulsionado minuto en la Plaza de Armas de Santiago, los «maracos», «yeguas sueltas», «locas perdidas», «mariposones», «colipatos» -como les llamaba la prensa amarilla a los homosexuales de entonces- no aparecían organizados, ni emancipados en ninguna parte. Sólo figuraban en reportajes periodísticos relativos a la sorprendente primera operación de cambio de sexo que transformó en mujer, o casi mujer, a Marcia Alejandra Torres Montajo, en pasionales crímenes sodomíticos o en publicitadas redadas policiales contra los travestis prostitutos que ejercían el comercio sexual en Vivaceta 1226, lugar de hospedaje del mítico burdel de la más famosa reina prostibulera de Chile, Carlina Morales Padilla, la «Tía Carlina». Tal vez, la única imagen positiva de los homosexuales de ayer, destacada profusamente por la prensa especializada en notas de espectáculo, tiene exclusiva relación con los artistas homosexuales integrantes del celebrado conjunto de baile Blue Ballet, quienes no sólo incomodaban con su peculiar nombre a los recios futbolistas del Club Universidad de Chile, sino que también sorprendían al público con sus coloridas actuaciones en el desaparecido teatro de variedades Bim Bam Bum. Tan exitosas y comentadas presentaciones artísticas que, rápidamente, conquistaron dinero, gloria y fama, transformándose en el primer conjunto de homosexuales transformistas en la historia de Chile. Entre ellos, destacó la inconfundible figura de un personaje que transformó su agitada existencia en una leyenda cuando, a mediados de los años 90 y después de regresar de París convertida en mujer, inauguró un refinado restorante francés en el barrio Brasil, presentado ahí su nueva identidad; Candelaria Patricia Manzo Seguel, más conocida como Candy Dubois.

«NOS FICHABAN COMO SODOMITA PATÍN»

En medio de un contexto social de creciente polarización política previos al golpe del 11 de septiembre del 73, momentos en que los derechos humanos de las minorías sexuales eran una utopía impensada, un puñado de jóvenes de origen popular que no superaban los 18 años, decidió sacar la voz protagonizando el primer mitin gay que registra la historia política de los homosexuales organizados en Chile. «Recuerdo que en ese tiempo había tres grupos de maricas que se reunían en el centro de Santiago. Estaban los de Plaza de Armas, los de Huérfanos y los de Alameda. Las que se juntaban en Huérfanos eran las como las locas más regias, las que se hacían las más lindas, las cuicas. Las de Alameda eran las más o menos, así como de clase media, y las de Plaza de Armas, que éramos nosotras, las locas más atorrantes», relata Raquel, describiendo de este modo las diferencias sociales que dividían al estigmatizado mundo homosexual criollo durante el agitado período de la Unidad Popular en el poder.


Fueron, precisamente, estos paupérrimos y adolescentes homosexuales quienes decidieron levantar la voz para expresar su público malestar frente a la discriminación, injusticia y persecución policial que vivían cotidianamente. «Nosotros no teníamos el respaldo de nadie, al contrario, a nosotros nos reprimían más porque en ese tiempo existía la detención por sospecha, en cambio ahora, no existe la detención por sospecha», relata José Ortiz, afirmando que actualmente las cosas han cambiado favorablemente para los homosexuales. «Ahora se puede marchar sin miedo a la policía y eso en el pasado era casi imposible porque nos fichaban como sodomita patín», rememora Ortiz. No obstante estos cambios y mucho antes de la relativa transformación cultural que aflora y desflora en nuestro vertiginoso diario vivir, en pleno gobierno socialista de la Unidad Popular, los homosexuales eran vistos como escorias, ubicándose en el más bajo escalafón de la sociedad. Tanto así que sus demandas no existían, ni siquiera estaban contempladas en los grandes e inéditos cambios políticos, sociales y culturales que ambicionó implementar Salvador Allende. «En los tiempos de Allende había más libertad política, pero no había libertad para nosotras. En esos años la gente se horrorizaba y escandalizaba con nosotras y eso que la homosexualidad era más oculta, no como ahora que la gente es más liberal», reflexiona Raúl Troncoso, la Raquel, añorando poco o nada de esos pretéritos tiempos en que ella y sus compañeras del sexo rentado debían pagar con persecución y cárcel una transgresora diferencia sexual. Quizás por lo mismo y a pesar de las múltiples sanciones, el estigma y la discriminación social, este resuelto grupo de homosexuales decide, sin saberlo aún, comenzar a escribir el primer capítulo de la historia emancipada de una de las minorías más segregadas de nuestra sociedad.

«NOSOTROS FUIMOS LOS PIONEROS»

Pese a que algunos protagonistas del mitin no recuerdan haber programado con antelación el controvertido acto público, la sola idea de protestar en contra del abuso policial siempre estuvo en sus inquietas cabezas, particularmente de la Gitana y la Fresia Soto, los líderes naturales del grupo. «La verdad es que nosotras hace tiempo queríamos protestar, y eso que nos conocíamos así no más, ni quiera sabíamos el verdadero nombre de las otras. De hecho, nunca supimos el verdadero nombre de la Gitana, cosa que la policía nunca creyó cuando comenzó a buscarla por cielo mar y tierra después de la protesta», recuerda Raúl Troncoso, la Raquel. «Lo único que sabíamos era que la Gitana regentaba el hotel Antofagasta en calle San Diego. En cambio, la Fresia Soto era más conocida porque ella era como comunista, le gustaba hacer reuniones, nos conversaba de política e, incluso, dicen que llegó a ser concejal por Conchalí», agrega Raquel. «Esa loca se llamaba Luis Soto, por eso le pusimos la Fresia Soto», confiesa con característica picardía travesti.

Transcurridos ya 29 años de la realización de esta épica manifestación, resulta complicado para sus protagonistas intentar reconstituir en detalle aquel 22 de abril de 1973, aunque uno de ellos sí asegura recuerdar ciertos pormenores del suceso. Jorque Droguet, la Eva, comerciante de 48 años, dice saber como se gestó la pionera manifestación homosexual criolla. «La protesta la organizó una loca que le decían la Fresia Soto. Ella era bien movida, incluso pidió permiso a Carabineros, Investigaciones y la Municipalidad para hacer la protesta. Yo creo que por eso no nos reprimieron, aunque sí nos vigilaban desde lejos», asegura Eva, convencida de las influencias de su amiga. La Raquel, en cambio, dice no creer mucho en esta supuesta autorización oficial, considerando la severa persecución que hizo famosa a la homofóbica policía de esos tiempos y porque; «La Fresia Soto era media cuentera. A nosotras nos dijo que había ido a pedir permiso a la Municipalidad para protestar, pero nunca le creímos mucho». Sea como sea, con autorización o sin ella, lo cierto es que un grupo de aproximadamente 25 homosexuales de estrato popular decidió protestar públicamente, iniciando así una polémica e inconclusa travesía en pro de las reivindicaciones del mundo gay. «Protestamos alrededor de la plaza, llevando carteles y gritando; queremos libertad, queremos libertad», rememora José Ortiz, observando con nostalgia los añosos archivos de prensa que certifican la ocurrencia de esta primera protesta homosexual. «Nosotros fuimos los pioneros», declara Ortiz con justo orgullo.

HOMOFOBIAS PERIODÍSTICAS

Desde lejos y con una mirada periodística más ilustrada de los hechos noticiosos, resulta casi incomprensible la evidente homofobia expresada en los medios de comunicación que dieron cuenta de esta novel protesta gay. Ningún de ellos se salvó del juicio castigador y el comentario grosero, particularmente la prensa de izquierda que, además de destacar el suceso en portada y contraportada, se esmeró en fustigar el audaz paso que daban los homosexuales en su loca lucha sin cuartel. En tanto la pro comunista revista Paloma hablaba de «50 anormales reunidos en Plaza de Armas», el popular diario CLARÍN hacía lo propio al señalar; «Las yeguas sueltas, locas perdidas, ansiosas de publicidad, lanzadas de frentón, se reunieron para exigir que las autoridades les den cancha, tiro y lado para sus desviaciones. Pese a que la reunión había sido bastante publicitada, la policía no se hizo presente». Excesivamente, y más allá de una manifiesta reacción homofóbica avalada por un severo enjuiciamiento moral hacia los homosexuales de ayer, CLARÍN señaló; «Al principio los sodomitas, creyendo que ha cada instante les caería la teja policial, se mostraron cautos. Pero ligerito se soltaron las trenzas y sacaron sus descomunales patas del plato y se lanzaron demostrando que la libertad que exigen, no es más que libertinaje. Entre otras cosas, los homosexuales quieren que se legisle para que puedan casarse y hacer las mil y una sin persecución policial. La que se armaría. Con razón un viejo propuso rociarlos con parafina y tirarles un fósforo encendido».

Así, después de conocer estas significativos homofobias periodísticas provenientes de la prensa «progresista», representativas a su vez de las limitaciones culturales de nuestra sociedad en los 70, resulta claro que la Paloma de la U.P. no voló tan libremente para los homosexuales emancipados, y que el diario CLARIN nunca estuvo tan «firme junto pueblo», como rezaba su populista eslogan de portada. Y quien sí estuvo muy firme, pero en contra de los homosexuales, fue Julio Stuardo, otrora Intendente de Santiago que, refiriéndose a una nueva manifestación homosexual programada en el mismísimo barrio alto de la capital, declaró al socialista diario Puro Chile; «Usaré de la fuerza pública y de todos los resortes que me da el mandato constitucional para impedir cualquier ultraje a la moral y las buenas costumbres», dijo Stuardo, desafiante. Sus amenazantes palabras fueron acompañadas de una elocuente portada que rezó; «TAPA A MARACOS DEL BARRIO ALTO». Por su parte, la prensa sensacionalista de derecha, representada por la escandalosa revista VEA que en ese entonces dirigía Raquel Correa, también sumó ofensivos epítetos a la controvertida primera protesta gay. «REBELION HOMOSEXUAL: LOS RAROS QUIEREN CASARSE», tituló en colorida portada.

DE REGRESO AL GUETTO

Poco después de la manifestación y producto de varios factores, entre ellos; la creciente agitación social que dividía al país, la prensa hostil que mostraba a los homosexuales como delincuentes, las reiteradas amenazas de golpe militar y la persecución policial que se desató feroz luego del primer mitin gay, obligaron a los pioneros activistas homosexuales a regresar a sus protegidos ghettos, aguardando mejores condiciones políticas para retomar su lucha. Ahí, en el blindado ostracismo de reuniones privadas, fiestas silenciosas y encuentros clandestinos, esperaron algún día poder volver al ruedo. Sin embargo, la espera fue bastante larga, poco tiempo después sobrevino el golpe militar con su amargo historial de exilios, torturas, muertes y desapariciones forzadas. Quizás, los homosexuales y travestis torturados y asesinados en prostíbulos y barriadas pobres de Chile, sean aún las víctimas más olvidadas de la sangrienta trayectoria de la dictadura militar criolla. Dictadura que, preocupada de aniquilar a un supuesto «enemigo interno», apenas supo de esta inédita primera protesta homosexual en la historia de Chile.