Por Pedro Lemebel

Pedro Lemebel

Hermosa melena luce Villegas cuando se lanza en picada contra la homosexualidad, o más bien, como luego aclara, contra el acto homosexual que es lo mismo o peor. Tal vez intenta revivir la hoguera medieval donde se cocinaron tantos colitas acusados por el pecado nefando, acto contra natura, sodomía, uso y abuso de la amapola anal por puro gusto, de puro sucio placer, solamente por ese cosquilleo hemorroide que pide carne, que no deja dormir, que puja descontento suplicando la pura puntita que me muero, ¡queris¡ hablar así, describir de esta manera el cacherío precuspular gay es lo que enfurece y despeina al sociólogo que vocifera (tal vez de pura pica) contra las prácticas sodomitas.

Y fue hace unos años en Radio Tierra que Carolina Rosetti me preguntó:

¿Por qué Villegas te odia tanto Pedro? ¿Qué le hiciste? Nada pues niña, ni siquiera lo conozco, le respondí. Esa fue la primera noticia de la retorcida fobia que el sociólogo amasaba sombríamente contra mi frágil persona. Después supe que su gran obsesión era ser escritor, por eso, en el intermedio de una entrevista televisiva que le hizo a Roberto Bolaño, a media voz, como en secreto, refugiándose en el repollo balsámico de su chasca, le confidenció que tenía una novelita que deseaba publicar, seguramente para que Bolaño lo apadrinara en Anagrama o en otra gran casa editorial. Terrible equivocación, porque quien maneja los códigos y perversiones de la escritura nunca pide sombra. Un verdadero escritor jamás anda ofreciendo su librito bajo el brazo, con esa rabiosa humildad, con esa postura de intelectual terrible que tato hizo reír a Bolaño esa noche, lindo pelo lleva el sociólogo cuando altivo camina por la vereda que se estremece con su tranco paquidermo de poto plano.

Hermosa melena luce Villegas cuando se lanza en picada contra la homosexualidad, o más bien, como luego aclara, contra el acto homosexual que es lo mismo o peor. Tal vez intenta revivir la hoguera medieval donde se cocinaron tantos colitas acusados por el pecado nefando, acto contra natura, sodomía, uso y abuso de la amapola anal por puro gusto, de puro sucio placer, solamente por ese cosquilleo hemorroide que pide carne, que no deja dormir, que puja descontento suplicando la pura puntita que me muero, ¡queris¡ hablar así, describir de esta manera el cacherío precuspular gay es lo que enfurece y despeina al sociólogo que vocifera (tal vez de pura pica) contra las prácticas sodomitas. En esa pose perruna ni siquiera se ven las caras, dice, y se justifica estúpidamente el socio, desconociendo el Kamasutra gay que le lleva patitas-nuca, el trapecio de la muerte, la tenaza asesina, la sillita nené, de perfil adentro, la palanca suicida y tantas otras posturas de sincero enculamiento para mirarse tiernamente a los ojos (zas). Lindo pelo lleva el enfant terrible de la pantalla y se desmelena con rabia cuando declara que los colizas evidentes somos un suicidio social, que por qué se nos tiene que notar, que él nos prefiere caballeritos, decentes, en lo posible de primera comunión de terno y corbata, es decir, hombrecitos, varoniles (tipo Rolando Jiménez). Desgraciadamente somos muchos los que nacimos con alma de yegua, y esa es nuestra fuerza, esa es nuestra cultura, más allá de la caricatura que hacen los humoristas, más allá del cruel boceto afeminado que creo la homofobia del machismo ambiental. A estas alturas de la historia, nuestra diversidad es imprescindible, le duela o no al socio Villegas y a su discurso pacato y moral. Cómo dice el escritor mexicano Carlos Monsivais uno de los triunfos de la causa homosexual es haber impuesto dos palabras: Gay y Homofobia, estableciendo de esta forma una justa presencia social y su aberrante contención.


Lindo pelo lleva este personaje de la tv, y quizás su chasca es lo único que me desata envidia y cierta compasión al enterarme de boca de su sobrino que desde el liceo decidió dejarse el pelo largo porque tenía las orejas muy grandes y sus compañeros lo molestaban gritándole Dumbo. Quizás este detalle pueda ser desubicado y cruel pero Dumbito, sin conocerme, fue mucho más feroz al insultarme, descalificarme y ofrecerme golpes por la prensa. Pero meterse con los maricones es como espantar un panal de avispas. La gente dice que somos peor que las mujeres, y no es chiste.

(Esta crónica forma parte del libro inédito «Nefando»)