Por Horacio Brum / Portal del Pluralismo / Martes 30 de Septiembre de 2003

La campaña Anti-Divorcio que ha llevado a cabo la Iglesia Católica, busca poner una perspectiva tendenciada, ya que el haber tomado cifras de EEUU, sin tomar en cuenta las distancias, sociales, económicas y sobre todo culturales con ese país; haberlas revuelto y sazonado con música de fondo y con mensajes fundamentalistas; busca esconder otras realidades o sino, ¿por qué no tomaron cifras de un país como Uruguay, por ejemplo, que es un país de Latinoamérica, en el cual existe ley de divorcio desde 1907?; «según el razonamiento detrás de la campaña contra la ley de divorcio lanzada recientemente por la Iglesia chilena, el país (Uruguay) debiera ser un antro de drogadictos, alcohólicos y otros tarados, provenientes de familias destrozadas. Sin embargo, las tasas uruguayas de alcoholismo, drogadicción, violaciones y violencia intrafamiliar son más bajas que las de Chile»[1].

Desde pequeños se nos enseñó que dos más dos suman siempre y necesariamente, cuatro. Con tal premisa, las estadísticas -producto de la exactitud de las matemáticas, han pretendido erigirse como verdades absolutas, como aproximaciones verídicas a la realidad sin asomos de duda. Por ahí se dice que existen las pequeñas mentiras, las grandes mentiras y las estadísticas, en ese sentido, desde estas se puede afirmar casi cualquier cosa, se pueden intencionar las preguntas, se pueden manipular los porcentajes y por ultimo se pueden alterar los resultados si estos todavía no son los que quisiéramos.

En el caso de las cifras presentadas por la iglesia para avalar su campaña anti-divorcio, estas no resisten el menor análisis, no solo son antojadizas, sino además es formal y estadísticamente incorrecto presentarlas en la forma en que aparecen en el spot publicitario de televisión; es decir, la iglesia manipula y utiliza datos, sin mayor comprobación, no están presentadas las fuentes, los alcances metodológicos del estudio, cuales fueron las variables utilizadas, cuales los criterios de análisis, en suma, cuales son los elementos que respaldan las cifras que se entregan.
No es novedad que la iglesia se involucre en las discusiones mal llamadas «valoricas» que la sociedad chilena produce, dado que ella está autorizada por todos los sectores para hacerlo, la sociedad civil y la concertación. La campaña del terror que por estos días la iglesia lleva adelante, no solo pone en evidencia la lejanía que esta ha desarrollado con la sociedad, con las personas, sino además manifiesta la tozudez de una institución que se resiste a aceptar los tiempos que corren, se resiste a aceptar que la realidad es variada, diversa, y que en los ultimo 50 años esta ha cambiado profundamente muy a pesar de ellos.

La campaña que se ha llevado a cabo busca poner una perspectiva tendenciada, ya que el haber tomado cifras de EEUU, sin tomar en cuenta las distancias, sociales, económicas y sobre todo culturales con ese país; haberlas revuelto y sazonado con música de fondo y con mensajes fundamentalistas; busca esconder otras realidades o sino, ¿por qué no tomaron cifras de un país como Uruguay, por ejemplo, que es un país de Latinoamérica, en el cual existe ley de divorcio desde 1907?; «según el razonamiento detrás de la campaña contra la ley de divorcio lanzada recientemente por la Iglesia chilena, el país (Uruguay) debiera ser un antro de drogadictos, alcohólicos y otros tarados, provenientes de familias destrozadas. Sin embargo, las tasas uruguayas de alcoholismo, drogadicción, violaciones y violencia intrafamiliar son más bajas que las de Chile»[1].

Lo mas grave de toda esta campaña es la estigmatización a que se somete a los hijos de matrimonios separados, ni hablar de los hijos nacidos fuera del matrimonio; peligroso porque en una sociedad como la nuestra que busca «chivos expiatorios» por todos lados que den explicación a sus males, una campaña como esta, les sirve en bandeja un «nuevo» sujeto en el cual depositar sus miedos, sus temores.

La constitución política de 1925 pretendió crear un ejecutivo fuerte con las atribuciones administrativas y políticas que debe tener un estado autónomo, estableció la separación de la Iglesia del Estado y garantizó la más amplia libertad de conciencia y de cultos suprimiendo además el Consejo de Estado y la Comisión conservadora que consagraba la Constitución del 33 por carecer de justificación. Todo esto ratificado por la constitución de 1980. Ante esto, cabe nuevamente cuestionarse y reflexionar, como esta constitución tiene un carácter simbólico, discursivo, ya que en la toma de decisiones relevantes de un país que aspira emular los sistemas de los países desarrollados como el nuestro, la iglesia, validada y hegemónica, influye permanentemente.

Es por eso que junto con discutir la forma, es decir, el cómo la iglesia expresa sus postulados frente a ciertos temas, es también necesario discutir el fondo en el sentido del consenso social que como tradición histórica sustenta la legitimidad que se arroga la iglesia para opinar sobre todo tipo de asuntos; es necesario problematizar seriamente ese consenso social asumido sin cuestionamientos que indica la pertinencia de la Iglesia para emitir opiniones en este tipo de temas, pudiendo y debiendo pronunciarse sobre otros acerca de los cuales tiene grandes dificultades para emitir planteamientos claros y categóricos, por ejemplo, frente a los casos de pedofilia que han afectado a un número importante de curas.

Es en este sentido que la campaña de la iglesia, no es en realidad una campaña del terror, es una campaña del temor, del miedo, de la intensa y profunda ansiedad que los cambios y los tiempos que corren generan en la institución que más ha influido en como se articulan las visiones de vida de los chilenos y chilenas, es ese temor, esa ansiedad la que los lleva a desconocer la voluntad mayoritaria de la población de contar con una ley de divorcio, incluyendo el alto porcentaje de «fieles» que si están de acuerdo con esta ley.

La campaña que la iglesia ha desarrollado tiene sus fundamentos en los sentimientos más primarios, más básicos de la curia frente a lo «nuevo», a lo «desconocido». Uno pudiera tratar de entender esta reacción si lo que se estuviera discutiendo como ley de divorcio fuera de verdad una ley que sacudiera los cimientos del matrimonio civil, que fuera un cambio realmente significativo, pero se trata de una ley elaborada al gusto de la iglesia, es tan engorroso el proceso de divorcio que mucha gente va a terminar acudiendo al eufemismo de la nulidad para solucionar sus problemas de pareja.

En otro lado de la discusión, esta la porfiada idea que tiene no solo la iglesia sino que otros estamentos de control social, que las personas no tienen la capacidad de decidir por si mismas, es necesario que este tipo de instituciones nos digan a todos los demás lo que es bueno y lo que es malo; esta constante tendencia a infantilizar a la gente hace que muchas veces se produzca, de hecho, un divorcio, un divorcio profundo entre la ética y la hermandad como mensaje cristiano y la ansiedad de una institución que se niega a mirar y asumir el pulso de los tiempos y que sigue pretendiendo mantener la influencia que la tradición le ha otorgado.

Claramente, una iglesia que busca someter a su verdad, desconociendo aspectos socioculturales y credos religiosos tan diversos que coexisten en la sociedad chilena, y más aun, desconociendo experiencias concretas y cotidianas de aquellos que llevan una vida matrimonial en la que ven violentado sus derechos básicos, no hace mas que reafirmar un sentido de dominación en términos del poderío de la iglesia.

Una vez mas nuestro frágil proceso «civilizatorio», tambalea ante la inquisición moral que la modernidad occidental, a través de una de sus instituciones predilectas, mantiene como moneda corriente; y seguimos manteniéndonos a contrapelo entre un liberalismo Light, sin una ética de mínimos, y un conservadurismo inmoral.

Finalmente, resulta preocupante que nuevamente la iglesia persista en deshacer sus dichos, sus actos, admitiendo errores tal como lo hizo el Cardenal Francisco Javier Errázuriz, justificando el no haber visto el spot antes de ser lanzado al aire. Nuevamente la iglesia asume sus errores como alguna vez lo hizo con la pesada cruz que carga en relación con la inquisición, por ejemplo. Junto con esto, resulta también preocupante, que este tipo de iniciativas aun cuenta con un apoyo y una legitimación ganada en muchos años de trabajo junto a los más necesitados, cuestión que a la cúpula de la iglesia se le olvida muy a menudo, que su legitimación en la sociedad proviene del trabajo y la dedicación sostenida de muchos de sus integrantes que han estado históricamente con la gente.