Re-escenificando el sexo

El 9 de abril del 2005, muere en Washington la escritora y activista feminista Andrea Dworkin, quien durante toda su vida luchó contra la explotación del cuerpo de las mujeres a través de la producción pornográfica.

Por Felipe Rivas San Martín

Su cruzada contra la pornografía hizo historia al transformar la discusión sobre un tema que desde la moral había manejado el ala conservadora en nociones “más conscientes” que consideraban que “la pornografía no es un campo de entretenimiento libre de víctimas”1.

“La pornografía –expuso– nació en los años 60, paradójicamente como un producto de la contracultura , como un vehículo de liberación que iba en contra de la ley y los adultos represivos, pero hoy es una industria rentable, misógina y orientada a la producción y la exportación (… ) En la pornografía las mujeres son penetradas por perros, caballos, anguilas, objetos fálicos con púas, cuchillos, pistolas y vidrios, y la piel de las mujeres negras es concebida como un genital femenino más que puede herirse. El mensaje central es que no importa lo que hagan a una mujer y de cuántas maneras la lastimen, a ella le va a gustar. No existe atrocidad histórica, como los campos de concentración, Vietnam o el esclavismo, que no haya sido usada por esos padrotes para crear sus guiones de violación, mutilación y humillación, como si las víctimas sintieran placer sexual (…)
En el mismo lugar, para Katherine MacKinnon2, la sexualidad en sí correspondería a un constructo social de poder masculino, definido por los hombres, impuesto a las mujeres y constituyente del “significado del género”. “el dominio erotizado, -señala Mackinnon- define los imperativos de su masculinidad, la sumisión erotizada define su feminidad. Ser objeto de uso sexual es parte esencial del contenido del sexo para las mujeres”. En este sentido, la pornografía sería “una práctica que expresa y actualiza el poder distintivo de los hombres sobre las mujeres en la sociedad; el hecho de que efectivamente son permitidas, lo confirma y lo amplía”, señala Mackinnon. En la misma línea se situarían feministas como Andrea Dworkin3 o Sheila Jeffreys –desde el feminismo lesbiano4.

Desde este punto de vista, posiblemente el significado de la pornografía es claro y este significado corresponde a la función que tiene la producción pornográfica en las sociedades capitalistas y heteronormales5 contemporáneas, a sus usos y sus efectos.

Pero, ¿Pueden existir nuevos y distintos usos de la pornografía que alteren su significado actual? ¿Es esencial de la puesta en escena pornográfica la heteronormalización de los cuerpos y sus sexualidades? ¿Puede hablarse de o incluso hacerse pornografía sin la presencia del “pene” o la “vagina” o presentados de una manera distinta? ¿Puede existir un reagenciamiento de los que hasta ahora han sido los objetos de la representación pornográfica (mujeres, actores y actrices porno, trans, tortilleras y maricones, etc.), para llegar a convertirse en los sujetos-agentes de la representación? En definitiva, ¿Puede haber puestas en escena del sexo (pornográficas) que sirvan para subvertir el propio orden heteronormal que las prácticas significantes de la pornografía tradicional y capitalista reafirman constantemente?
La pornografía, lejos de ser una práctica de representación marginal o particular, aparece como una de las industrias centrales en la biopolítica global de producción y normalización del cuerpo. En este sentido, existe una relación estructural entre la pornografía y otros discursos más científicos como la medicina a la hora de naturalizar el sexo, los órganos sexuales, sus funciones y usos, la jararquización del cuerpo sexual y el placer. La pornografía, en sentido foucaultiano, sería una rama más de la scientia sexuales6, emparentada con la medicina y la siquiatría a la hora de establecer una “verdad del sexo” que en su régimen de máxima visibilidad (el zoom de la cámara en el acto sexual), constituye una suerte de obsesión por lo real (que aparentemente describe pero que en realidad produce).

Fundamental para una comprensión de los modos en que la representación pornográfica produce los cuerpos sexuados que pretende describir o mostrar, es la noción de performatividad de Judith Butler7. La producción de la sexualidad se entiende en términos ya no de fabricación, sino de “hacer visible, hacer aparecer y comparecer”8, o en el sentido de Butler, la “materialización”9 a través de los efectos productivos del poder.

A propósito de la performatividad Butler señala: “ la performatividad no es pues un ‘acto’ singular, porque siempre es la reiteración de una norma o un conjunto de normas y, en la medida en que adquiera la condición de acto en el presente, oculta o disimula las convenciones de las que es una repetición. Además, este acto no es primariamente teatral; en realidad, su aparente teatralidad se produce en la medida en que permanezca disimulada su historicidad (e inversamente, su teatralidad adquiere cierto carácter inevitable por la imposibilidad de revelar plenamente su historicidad)10.

La relectura que hace Derrida de la teoría de los actos de habla performativos de Austin11, le sirve a Butler para explicar la fuerza preformativa de ciertas citas a la hora de producir la realidad.

Aplicando estos principios a la pornografía, podríamos decir que la escena pornográfica constituye una apelación a la cita del orden heterosexual y que su poder productivo descansa en la historicidad de la representación. Desde este lugar, Butler (en Soberanía y actos de habla preformativos), revisa las maneras en las que feministas pro-censura como Mackinnon, utilizan en la práctica las nociones de performatividad del discurso, para demostrar de qué modo la pornografía, efectivamente hace, lo que ellas dicen que hace.

La lectura que hace Butler de Mackinnon, se centra en el análisis de esta última, del famoso caso Anita Hill versus Clarence Thomas. Según Mackinnon, el acto de enunciación de Anita Hill testimoniando su experiencia como víctima de acoso sexual, fue tomado por la audiencia del Senado en sí misma como una escena pornográfica. En tanto Hill pronuncia el discurso sexualizado (cuenta el detalle del acto de acoso sexual), se ve sexualizada por él y esa misma sexualización coarta su esfuerzo por representar el abuso como tal. Luego sentenciará, que dentro de la pornografía, no puede haber oposición a la sexualización. En un contexto pornográfico ese “no”, se presume un “si”.

Los objetivos de Butler en este punto, tienen que ver con la manera en que se puede decir que la pornografía “silencia el habla”, en el intento de invertir la amenaza a la soberanía que se cumpliría en la representación pornográfica.

Ahora bien, esto tiene enorme importancia para los debates sobre el concepto de “sujeto soberano” y la agencia política. Así, con Butler, la trascendencia de la teoría de la performatividad del sexo/género12, está en las posibilidades subversivas de la reapropiación de los códigos tradicionales, de la manera en la que por ejemplo, las tortilleras, maricones y trans norteamericanos se apropiaron del insulto homofóbico “queer”13 para resignificarlo “performativamente”. Es decir, se situaron en el lugar que asignaba el discurso homofóbico, en el lugar de lo perverso, de lo anormal, para quitarles el término de la boca de quienes lo enunciaban (los straights) y posicionarse en una lucha ya no por la integración al orden de lo normal, sino de crítica al sistema heteronormativo.

De la misma manera, el carácter preformativo de la pornografía, está siendo resignificado por las propias mujeres, travestis, trans, putas, maricones y tortilleras, a través de distintas puestas en escena artísticas y políticas, digámoslo desde ya, contra-sexuales.

La contra-sexualidad es un concepto acuñado por Beatriz Preciado en su texto Manifiesto contra-sexual14. La contrasexualidad se erige como un “análisis crítico de la diferencia de género y de sexo, producto del contrato social heterocentrado, cuyas performatividades normativas han sido inscritas en los cuerpos como verdades biológicas” y tiene como objetivo ”el fin de la Naturaleza como orden que legitima la sujeción de unos cuerpos a otros”.

El concepto de contra-sexualidad, proviene en parte de Foucault, quien postulaba que la relación primordial que se establecía en las sociedades contemporáneas entre poder y sexualidad, no era la de la represión (hipótesis represiva)15, sino la de la producción y la normalización. Por lo tanto, la estrategia más eficaz de resistencia a la “producción disciplinaria de la sexualidad en nuestras sociedades liberales no es la lucha contra la prohibición (como la propuesta por los movimientos de liberación sexual… ), sino la contra-productividad, es decir, la producción de formas de placer-saber alternativas a la sexualidad moderna.”

De esta forma, aunque con objetivos distintos a los míos, Fabián Giménez Gatto rastrea ciertas formas y prácticas cercanas a la pornografía que emergen al interior del discurso artístico contemporáneo, presentes en una serie de obras que “prefiguran un nuevo entramado, un nuevo texto pornogramático, tejido ya no únicamente en el Universo letrado de la literatura erótica, sino en el universo post-letrado de la fotografía erótica y el body art.”16

A través de este mapeo, Giménez Gatto configura su noción de pornografía hipertélica para referirse a estas nuevas prácticas artísticas. El concepto de “hipertélico”, robado de la biología, señala el desarrollo de un órgano que ha rebasado el grado de función normal, acercándose hasta cierto punto a lo que Annie Sprinkle y posteriormente otras teóricas posfeministas y queers denominarán pospornografía.

En su texto “Obscenidad a la mexicana: los juegos transestéticos de Rocío Boliver (I)”17, Giménez reproduce una de las performances de la artista Rocío Boliver en el Museo José Luis Cuevas, en celebración del decimoquinto aniversario de la revista Generación.

“Antes de dar inicio a la lectura de ‘Más vale plátano en mano que siento bonito”, (Boliver) procedió a desnudarse de la cintura para abajo, sentarse sobre la mesa e introducir un plátano tabasco, enfundado en un condón, en su vagina.

Luego de leer el relato erótico, cuya trama gira en torno a un plátano, una masturbación y el destino gastronómico del comestible dildo improvisado, la congelada (nombre que recibe Boliver por otra de sus performances) retiró el plátano de su vagina, lo despojó de su condón y de su cáscara, le dio una mordida e invitó al público a probarlo.”

En esta performance pospornográfica, el dildo-plátano funciona como una prótesis orgánica contra-sexual. La supuesta naturaleza del pene como antecedente del dildo, es sustituida irónicamente por otro tipo de naturaleza, la de un plátano. Esto es importante en cuanto a las prácticas contrasexuales porque en términos de Beatriz Preciado, “el pene no antecede al dildo sino al revés: es el dildo el que antecede al pene… el dildo es la verdad del pene”18. Así, la performance de Bolívar hace posible una pornografía sin pene o, mejor dicho, una puesta en escena del sexo que desnaturaliza el cuerpo y la sexualidad, es decir, una puesta en escena pospornográfica. Gimenez Gatto sentencia: “la pornografía ya no es lo que era”.

En el mismo sentido, tenemos las performances de Annie Sprinkle 19. Al final del primer acto del show Post-Porn-Modernist, Sprinkle se introduce un espéculo en su vagina e invita al público a pasar al escenario y contemplar de cerca su cuello uterino. Posteriormente, en sus notas Sprinkle comentará algunas razones que la impulsaron a realizar esta performance: “Quería decirle a algunos tipos, ‘Hey, ¿ustedes quieren ver coños? Les voy a enseñar más coño del que quisieran ver en su vida”.

La acción de Sprinkle al mismo tiempo desestabiliza y revela las proximidades entre el discurso pornográfico y el discurso médico. A pesar de usar los instrumentos de la medicina (el espéculo) e imitar el acto de inspección anatómica en la visita al ginecólogo, se aleja de ese discurso en la descontextualización del acto. De la misma manera, el “enseñar más coño del que los hombres quisieran ver en sus vidas”, dinamita los objetivos de la pornografía, jugando con el límite paródico del sexo y el deseo, cuando ya no hay espacio ni para la imaginación ni para el deseo, sino que el acto se vuelve una acción política. Como plantea Preciado, los espacios preformativo y biopolítico, “son espacios posibles de intervención, de resistencia y de acción tanto teórica como política en torno a la representación del género y de la sexualidad”.20

Entonces, ciertas producciones (puestas en escena) ya no pueden ser consideradas en los términos que el feminismo procensura pensó la pornografía tradicional, como formas de dominación masculina y producción de excitación para los hombres, desde los códigos masculinos, y de la cosificación del cuerpo de la mujer.

Así, la pospornografía vendría a devolver la agencia visual y discursiva, devolver el poder de auto representación a los objetos del discurso de la pornografía tradicional. Las mujeres, las actrices y actores porno, las putas, las tortilleras y maricones y las y los trans, aparecen ahora como los sujetos de la representación, cuestionando así los códigos (estéticos, políticos, narrativos…) de visibilidad de sus cuerpos y prácticas sexuales, la estabilidad de las formas de hacer sexo y las relaciones de género que éstas proponen.

Así, “esta perspectiva crítica abre una brecha en la historia de la representación de la sexualidad, convirtiendo la pornografía en un género histórico preciso que quizás hoy estemos, por primera vez, en situación de analizar críticamente, y quién sabe si de dejar atrás”.21

NOTAS:

1.- Amalia Rivera: “Andrea Dworkin y la Guerra contra la Pornografía”, en internet: http://www.jornada.unam.mx/2005/07/04/informacion/83_andrea_dwork.htm

2.- MacKinnon, Catherine: “Sexualidad”. Traducción al castellano del Centro de Derechos Humanos de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Apunte de la cátedra “género y derecho”, Esc. De Derecho de la U. de Chile. Profesora Patsili Toledo.

3.- Sobre la lucha contra la pornografía de la recientemente fallecida Andrea Dworkin, activista feminista, ver el artículo “Andrea Dworkin y la guerra contra la pornografía”, de Amalia Rivera, en internet: http://www.jornada.unam.mx/2005/07/04/informacion/83_andrea_dwork.htm

4.- Sheila Jeffreys se ha convertido en uno de los pilares del feminismo lésbico radical. Su obra principal denominada “la herejía lesbiana: una perspectiva feminista de la revolución sexual lesbiana” (ed. Cátedra, 1996) contiene sus principales postulados. Sobre el tema de la pornografía y sadomasoquismo, ver el apéndice: “Sadomasoquismo: el culto erótico al fascismo”. Sobre sus consideraciones con respecto a las teóricas posfeministas, revisar los capítulos 5 (retorno al género: el postmodernismo y la teoría lesbiana y gay” y el capítulo 7 (una mala copia del varón: cultura lesbiana y gay) del mismo texto.

5.- El concepto de heteronormatividad consiste en entender la heterosexualidad ya no como una sexualidad particular u orientación sexual específica, sino como un régimen de poder que produce y normaliza los cuerpos. Para una visión más acabada de este concepto se puede revisar los textos: “la mente hétero” de Monique Wittig; “sexo en público” de Lauren Berland y Michael Warner; “¿eres heterosexual? No. Yo soy normal” de Felipe Rivas San Martín (en revista Torcida, nº1, septiembre de 2005, Chile)

6.- Sobre la noción de “scientia sexualis”, ver el capítulo del mismo nombre en el volumen1 de la “Historia de la Sexualidad” de Michel Foucault, denominado “La voluntad de saber” (ed. Siglo XXI). También en Tamsin Spargo: “Foucault y la teoría queer” ed. Gedisa (2004) pp. 23 a 25.

7.- Un texto clave para entender la noción de performatividad como estrategias subversivas de Judith Butler en particular y de la teoría queer en general: El género en Disputa. Ed. Paidós (2001). En especial el capítulo: inscripciones corporales, subversiones preformativas. También ver en Judith Butler: “cuerpos que importan”, el capítulo: “acerca del término queer”. Y Tamsin Spargo: “Foucault y la teoría queer”. En el capítulo: “los saberes queer/las performances queer”.

8.- Giménez Gatto, Fabián: “Pornografía hipertélica: cuerpo y obscenidad en el arte contemporáneo”. En internet: http://www.henciclopedia.org.uy/autores/FGimenez/pornografia.htm

9.- Butler, Judith: “Cuerpos que importan”. Pp. 21 a 33.

10.- ídem. Pp.33 a 39

11.- Derrida, Jacques: “Firma, acontecimiento, contexto” en “Márgenes de la filosofía”, Madrid, Cátedra, 1998, pp. 347-372. También en internet: http://personales.ciudad.com.ar/Derrida/firma_acontecimiento_contexto.htm

12.- Rubin, Gayle: “Tráfico de mujeres”. México: Nueva Antropología.

13.- La traducción del término “queer” es problemática. Desde un punto de vista puede asimilarse a lo “raro”, ya que no asigna una particularidad identitaria como “marión o tortillera”, pero “raro”, carece del carácter homofóbico de las otras dos palabras, carácter que sí está presente en el inglés “queer”.

14.- Preciado, Beatriz: “Manfiesto Contra-sexual” ed. Opera prima (2002) pp. 18 a 21.

15.- Historia de la sexualidad. 1. La voluntad de saber, Siglo XXI, Madrid (1978), especialmente en el capítulo: “la hipótesis represiva”.

16.- Giménez Gatto, Fabián: “Pornografía hipertélica: cuerpo y obscenidad en el arte contemporáneo”.

17.- Giménez Gatto, Fabián: “Obscenidad a la mexicana: los juegos transestéticos de Rocío Boliver (I)”. En internet: http://www.henciclopedia.org.uy/autores/FGimenez/Obscenidad1.htm

18.- Preciado, Beatriz: “Manifiesto Contrasexual”. Capítulo: la lógica del dildo o las tijeras de Derrida. Pp. 57 a 70.

19.- Giménez Gatto, Fabián: “Obscenidad a la mexicana: los juegos transestéticos de Rocío Boliver (II)”. En internet: http://www.henciclopedia.org.uy/autores/FGimenez/Obscenidad2.htm

20.- Resúmenes del taller “Tecnologías del Género: sexualidades minoritarias y sus representaciones multimedia en la era posfordista” realizado por Beatriz Preciado. En internet: http://www.sindominio.net/karakola/retoricas/tecdegen_preciados.htm

21.- Presentación de la Maratón Posporno, Barcelona, junio de 2003. En internet: http://www.hartza.com/posporno.htm