Por Leonardo Fernandez y Gonzalo Cid

Los cambios ocurridos en los últimos veinte años en el tratamiento de la diversidad sexual en nuestro país han ido a la par con el proceso democrático. La demanda por participación, inclusión y respeto a los derechos humanos e igualdad, han tenido que sortear no sólo las rígidas estructuras culturales de una sociedad machista, autoritaria y excluyente, sino también aquellas de orden legal y jurídico. 

La riqueza participativa y aperturista que prometían los años 60 y 70 también se vio violentamente truncada para los gays, lesbianas y trans chilenos y chilenas. Las demandas por participación y democracia durante los largos años de lucha contra la dictadura mimetizó las demandas que lesbianas, homosexuales y trans podrían haber levantado. No es casual que el Movimiento GLBT, Gays, Lesbianas, Bisexuales y Trans chilenos, irrumpe en el quehacer político nacional una vez finalizada la dictadura. Tampoco es casual que sus más destacados dirigentes provengan de la estructura de los partidos de izquierda. 

La participación en la lucha por la democracia de parte de homosexuales y lesbianas significó el ocultamiento a sus pares de su condición de sexual, no siendo raro que, descubierta su orientación sexual, en más de un partido de izquierda haya representado una nueva marginación. La rigidez cultural y machista también estaba presente en los partidos de la izquierda chilena. Digo izquierda, porque ingenuamente se pensaba que progresismo significaba también diversidad. Pues bien, no era así. 

Junto con la llegada de la democracia irrumpe con fuerza una nueva amenaza. Lo que podría haber significado el fin de la marginalidad y la exclusión, persecución y muerte de gays, trans y lesbianas, se ve truncado con la irrupción del VIH. Resulta curioso: en la dictadura fuimos invisibles, con la democracia se nos marginó y excluyó, y luego fue la “peste rosa”. El SIDA entonces se transforma en un nuevo instrumento de marginación, exclusión y discriminación. Los medios de comunicación se encargan de imprimir indeleblemente en la conciencia ciudadana el estigma de muerte asociada a la homosexualidad. 

Ante la marginación social, política y cultural, con promesas incumplidas de alegría y colores, la estrategia que comenzamos a desarrollar los homosexuales, trans y lesbianas, será una combinación de la lucha aprendida en los largos años de la dictadura, con la incorporación de las estrategias de fortalecimiento de los movimientos sociales y civiles, levantando así demandas por la abolición de la criminilización de los afectos y el deseo diferente al heterosexual, promoviendo la abolición del Artículo 365 y 373 del Código Penal, y la larga lucha por una ley antidiscriminatoria. 

La visibilidad será entonces una de las estrategias desarrolladas por el incipiente Movimiento GLBT, donde el Movimiento Unificado de Minorías Sexuales buscará, por varios años, posicionar las demandas de homosexuales, trans y lesbianas en el espacio político y público, muy a pesar de la “democracia en la medida de lo posible”. 

Territorio perdido, territorio conquistado

Junto a los judíos, los homosexuales han sido las minorías más perseguidas en el último milenio. Insertos en una sociedad que propicia la doble moral y concientes de que la ley no sancionaba un modo particular de ser, sino una conducta sexual, hubo que operar también en el doble estándar, combinando ser y parecer, luz y oscuridad, puesto que el día nos delataba y la noche nos cobijaba. 

Los grandes centros urbanos, para nuestro caso Santiago, con sus millones de habitantes, proporcionan el necesario anonimato para cientos de miles de gays y lesbianas que no pueden expresar sus afectos públicamente sin el riesgo de ser detenidos. La noche en la urbe pasa a ser entonces un espacio conquistado al escrutinio público. El Parque Forestal, el Cerro Santa Lucía y los callejones oscuros pasan a ser lugares de encuentro que propician la expresión y realización del deseo reprimido.

Desde principios de los 80 comienzan a funcionar en Santiago bares y discotecas orientadas a este público que demanda discreción, espacios de “libertad”, territorios homosexuales, lugares de encuentro. Un territorio homosexual o barrio gay no significa una fórmula de ocupación habitacional. El barrio gay puede ser entendido como aquellos orientados al comercio o la entretención, frecuentados mayoritariamente por personas no heterosexuales. El Barrio Bellavista, el sector de José Miguel de la Barra y el Parque Forestal se han perfilado como lugares en que ciertos modos de conducta o expresiones afectivas pueden ser expresados en un marco de aceptación social. El “barrio gay santiaguino” es un espacio, de preferencia, nocturno.  De día  allí opera la heteronormalidad. 

Resulta curioso cómo han operado las fuerzas en los últimos años. Soterradamente se ha dado una lucha por los territorios. Por un lado la Municipalidad de Santiago procedió a levantar cercos periféricos en el Cerro Santa Lucía, al tiempo que pone guardias en las entradas principales que controlan la identidad de todas aquellas personas que hacen ingreso al “paseo público”. 

Los gays que usaban las laderas del cerro desde tiempos ancestrales para encuentros furtivos, finalmente son desplazados en democracia. Este mismo municipio, con otra administración, procede a ensanchar veredas para dar espacio a la conformación de lo que se ha dado por llamar “el gaytown” en los alrededores del Parque Forestal, específicamente en José Miguel de la Barra. Con lo anterior se obliga a hacer visible, moderado y controlado el quehacer clandestino que antes sucedía en el Cerro Santa Lucía. 

Por años las sombras del Parque Balmaceda en Providencia dieron cobijo a una clandestina ocupación territorial. El parque fue un lugar de encuentros nocturnos, de amores furtivos e intensos. La Municipalidad de Providencia, con el pretexto de que entre los árboles se cobijaban delincuentes, y que estaba en lo cierto en realidad, decidió podar el parque y poner más iluminación. De este modo, todos aquellos quienes practicaban amores ilegales fueron desplazados y trasladados a lugares cerrados. 

La lucha por el territorio toma diferentes matices. Los usos del suelo suelen llegar a la esfera de la sexualidad y al sexo clandestino. Después de eliminados los gays del espacio público abierto, ya de día como de noche, y proceder a reubicarlos, se procede con la rasa en los cines mediante constantes redadas que terminaron por esfumar a los clientes de cines cuestionados por la moralidad oficial.

El sexo formalizado, profiláctico y mercantil –en este doble proceso de expulsión e integración lo que se ha buscado no es tanto una actitud moralizante sino neoliberal– obedeciendo una lógica capitalista de eliminación del comercio e intercambio sexual informal, a uno de carácter profiláctico, legal, que a su vez deje una plusvalía al empresario que promueve estos cambios de “mayor libertad”, sin duda que ha funcionado. 

Un galopante proceso de gentrificación está operando en los alrededores de la Plaza Italia. El culto al cuerpo, el consumismo, cambios en los modos de comportamiento y de habitar la ciudad, exclusión y normalización. Aun cuando no  existen estudios que lo demuestren, barrios como el Parque Forestal, Remodelación San Borja, Bellavista, y el Parque Bustamante, cada día muestran una mayor ocupación habitacional por parte de parejas gay heteronormalizadas, profesionales jóvenes que, dada la oferta inmobiliaria que muestra el éxito del modelo, han procedido a trasladarse a vivir a estos lugares de moda. 

Este proceso de reemplazo y expulsión de la antigua población mediante el mecanismo del arrendamiento o renovación urbana, ha abierto un nuevo espacio a un modelo gay elitista, consumista, de tendencia conservadora, que sólo quiere disfrutar el “fin de la discriminación” sacando a pasear a su perrito de raza fina a los prados del Parque Forestal o exhibiéndose en algún gimnasio, disfrutando de un café en José Miguel de la Barra. 

Es así como las organizaciones gays, lésbicas y trans surgen como un espacio de reivindicación y de lucha contra una doble discriminación: por no ser heterosexual y por estar contra este modelo que trata de reproducir sus patrones de conducta en este incipiente mundo GLBT que florece.

De la vergüenza al orgullo

Esta mascarada impuesta a los modos de habitar la ciudad, a la expresión de los deseos de aceptación de las reglas impuestas por el conquistador, de una nueva masculinidad heteronormada, trabajadora, exitosa, de alto poder adquisitivo, consumista, de buen gusto, que deja de lado las reivindicaciones cotidianas, que ya no es marginal porque vive en el centro. Este nuevo modo de vida de una elite gay oculta sin duda, la marginalidad y discriminación que ella misma implica, al intento de construcción de ghettos de oro que no dejan ver a aquellos que a diario sufren la violencia de una ciudad que en el fondo sólo tolera a los exitosos, pero que margina a aquellos que no alcanzaron el éxito, a quienes viven en conventillos, que se dedican al trabajo sexual, a aquellos que saturan sus tarjetas de crédito para comprarse una prenda de marca, para también poder pasearse por el Parque Forestal, para imitar esa parodia de consumo que implica vivir en la ciudad. No más vergüenza por ser pobre, moreno o amanerado, ya no más organización porque el 365  fue derogado. 

La última encuesta acerca de políticas, derechos, violencia y diversidad sexual, realizada en el marco de la Marcha del Orgullo Gay, en la cual participó activamente el Movimiento Unificado de Minorías Sexuales junto a la Universidad del Norte y el CLAM, muestra otras realidades. De un total de 500 personas encuestadas, un 80% declaró haber sido objeto de alguna forma de discriminación, un 84% declara haber sido objeto de agresión. Estas formas de violencia y agresión han sido ejercidas mayoritariamente en ambientes cercanos a las víctimas, ambiente familiar, religioso, lugares de estudio, vecinos, carabineros, etc. Es en los espacios públicos donde ocurren estas agresiones. Más de un 47% de ellas se llevaron a cabo en las plazas, calles y parques de la ciudad, donde de todas las agresiones lejos la burla es la con mayor connotación con un 70,8 %; insultos, amenazas un 57 %; agresión física con un 22,8%; chantaje, extorsión o coima un 17%; y violencia sexual un 10,8%.

La encuesta demuestra que lejos de disminuir las agresiones a los gays y lesbianas en los últimos años, éstas se mantienen o aumentan. Quizás sea el hecho de que los ambientes cercanos a las personas es en donde se ejerce mayoritariamente la violencia y la agresión, sea lo que empuje a los gays a vivir solos en el centro de la ciudad. La desconfianza ancestral a la autoridad hace que muchos de estos casos, más de un 70%, no sean reportados sino sólo a los amigos. 

Las agresiones sufridas por las personas gays, trans y lesbianas provienen fundamentalmente desde el ámbito heteronormalizado: familias, vecinos, carabineros, lugares de estudio. Visto de este modo, resulta entendible la tendencia a buscar ciertos grados de comprensión y seguridad entre pares, aun cuando esta seguridad esté sólo en el marco efímero de las fiestas nocturnas o una caminata por el “barrio gay”. 

Estos elementos nos muestran, más que una tendencia del comportamiento humano de las personas GLBT, una respuesta a esta doble presión de la sociedad y la autoridad. Por un lado agresión, violencia, burlas, expulsión de los lugares de encuentro, arrinconamiento; y por otro lado la inversión en mejoramiento de espacios públicos frecuentados preferentemente por personas gays y lesbianas. Un discurso público de comprensión y tolerancia. El resultado, la legalización de tu identidad en el mercado, en el consumo, en el modelo de desarrollo cada vez más individualista. 

Lo contradictorio del discurso público no es menos eficiente en esta confusión de términos y funciones. Hace más de cuatro años que en el Congreso se discute un proyecto de ley antidiscriminatoria. Un proyecto de ley originado desde las organizaciones sociales de la sociedad civil donde gays, lesbianas y trans aliados al mundo académico y las demás organizaciones de la sociedad civil, dan vida a un proyecto que buscaba fundamentalmente proteger los derechos de una cantidad enorme de personas que son discriminadas por las más variadas razones: discriminación étnica, xenofobia, misoginia, en todas sus variadas expresiones, homofobia, discriminación a los viejos, a los flacos, a los gordos, los feos, etc., dándole institucionalidad y presupuesto para que esta ley pudiera ser realidad. 

El proyecto, que en un principio tuvo una buena acogida en el Congreso, pronto comenzó a ser “enriquecido” con las aportaciones primero de los parlamentarios y definitivamente por el gobierno, que agregaron aquí, sacaron allá, y destruyeron el proyecto. El resultado es una versión de la ley que protege débilmente a los ciudadanos, pero que especialmente pretende dejar fuera la discriminación por orientación sexual. 

En efecto, como van las comisiones, de ser aprobada, esta ley sancionará toda forma de discriminación con excepción de aquella que se ejerza contra homosexuales, trans y lesbianas. En otras palabras, ejercer violencia y discriminación contra las minorías sexuales no recibirá ningún tipo de castigo ni censura puesto que la ley no lo prohibirá. 

A la par de este modelo ha surgido una población GLBT que vive en los alrededores del centro de la ciudad, con un estilo de vida consumista e individualista, en los mejores casos, apolíticos, y en la mayoría, conservadores de derecha. Los marginados, fracasados en el modelo de éxito individual, que viven en las poblaciones marginales del Gran Santiago, se trasladan al centro para llenar las discotecas y bares de la noche santiaguina, especialmente en los días de entrada libre, y que, no bien llegado el amanecer, comienzan a replegarse a las poblaciones de origen. De este modo, una amplia población flotante, nocturna, GLBT, ocupa las calles del centro merodeando los cafés de lujo, las coloridas vitrinas que no reciben tarjeta de crédito, pero que estimula el consumo barato de la prenda de imitación. 

Los gays y lesbianas son fundamentalmente urbanos. La encuesta muestra que un 92% declara ser de Santiago. No existen estadísticas que nos permitan comparar la población gay santiaguina con la de las ciudades de provincia, pero sin duda que la metrópolis es un imán que atrae a mucha población del resto del país. Esta fuerza centrípeta, con su anonimato, con la clandestinidad de la noche, y a su vez con su discriminación y violencia, con su luz y consumismo, con el estilo de vida individualista y neoliberal, se plantea como un desafío para las organizaciones que buscamos transformaciones culturales, sociales y políticas para avanzar en la legitimación del derecho a ser diferente, levantando reivindicaciones y propuestas, y trabajando en la construcción de un Chile que no sólo tolere sino que respete a todos y todas, sin importar raza, color, estrato social, género, capacidades físicas, origen étnico, religión e identidad sexual.