Columna de opinión por José Luis Díaz*
Una mujer, quien trabajaba realizando labores de prevención contra infecciones de transmisión sexual, fue brutalmente golpeada por tres hombres, quienes le propinaron puñetazos y patadas, fracturaron la muñeca, causaron lesiones en dedos y costillas, mientras la arrastraban media cuadra, gritándole “Mátenla, mátenla”. Ante esta noticia, el mundo se indigna, exige condena a los delincuentes, mano dura y tolerancia cero a la violencia.
Pero cuando esta mujer es Javiera Villarreal, dirigenta del Movimiento Trans Nacional y activista del Movimiento por la Diversidad sexual (MUMS) el caso deja de tener la gravedad que debería. ¿Por qué?
Si a esto le sumamos que, antes de la golpiza, los sujetos le preguntaron si ella se llamaba Javiera, la situación es aún más grave, ya que los golpes no sólo iban destinados a ella, sino que a todo lo que ella representa.
Matar lo diferente, lo que molesta o lo que no se entiende, es una actitud propia de aquellos que no tienen su identidad lo suficientemente fuerte como para no sentirse amenazados por la diversidad.
El respeto a lo distinto es básico para una sociedad que busca ser avanzada y se enorgullece de tener valores. Y el respeto permite a otro ser humano ser distinto, pensar distinto, vestir distinto, actuar distinto, porque reconoce en el otro la igualdad básica que nos une.
Una igualdad que no pretende uniformar a las personas, sino que todos tengamos el mismo derecho a expresarnos y desarrollarnos en busca de la propia felicidad. La tenemos en nuestra Constitución Política de la República, siendo la base de nuestras leyes, pero en la conciencia colectiva aún existen sectores que discriminan y consideran que hay personas más importantes que otras, no condenando, como deberían, un acto de violencia como éste.
Es más, existen instituciones que incluso piensan que este hecho es una manipulación mediática para victimizar a la población transexual. No se entiende que un acto de esta magnitud y características no haya levantado al país en contra de la intolerancia. Pero tampoco sorprende. En alguna época, como país pensamos que los esclavos eran necesarios. En otra, que la mujer era incapaz para decidir el futuro político de una nación. Hoy seguimos siendo intolerantes e irrespetuosos de la diversidad. Pero estamos trabajando para crear una conciencia nacional distinta, en donde cada uno de los chilenos tenga la posibilidad de ser y aportar desde su propia identidad a la construcción de un país más inclusivo, más inteligente, más acogedor.
Seguiremos condenando la violencia en todas sus formas, a quienes la ejercen y a quienes la permiten, a los autores y a quienes se hacen cómplices de ella, no levantando la voz, no haciendo nada para impedirla o justificando actos como éstos.
* José Luis Díaz es activista humano, psicólogo, coordinador y supervisor.

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Las columnas de opinión no necesariamente reflejan el pensamiento de MUMS.