Por Fernando Muñoz Figueroa, Sociólogo y activista de la Diversidad Sexual

Cuando supe del accidente de Juan Fernández, regresaba de un viaje. En ese momento no dimensionaba la gravedad del mismo y la reacción posterior de la sociedad chilena. Días más tarde me repugnaba el olor a morbo con la muerte y su explotación comercial y mediática.

Ahora con la muerte de Daniel Zamudio me ocurre lo mismo. Me resulta incomprensible que la misma sociedad que deja pasar permanentemente los casos de discriminación rasgue vestiduras por un chico agredido. No me resulta creíble la llegada de autoridades políticas que nunca han hecho nada por enfrentar la discriminación en Chile, ahora transformados en paladines de la diversidad. “Algo huele mal”, algo no anda bien”.

Entiendo y comparto con los miles que empatizaron con Daniel y su familia, en especial a quienes, siendo miembros de la diversidad sexual u otros grupos discriminados, han pensado inevitablemente que podrían estar en su lugar. Allí se aprecia y se siente el sentimiento real, la conmoción desde lo humano. Sin embargo no es posible pensar eso de las autoridades.

Hay que recordar que tanto el ministro de Interior como el Alcalde Santiago y el propio Presidente de la Republica pertenecen a la coalición de que durante años ha frenado y rechazado la Ley antidiscriminación. Ellos pertenecen a la coalición de los 34 diputados que llevaron la propuesta de Ley contra la discriminación al tribunal constitucional. Su “sincero dolor” no es tan creíble.

La Posta central se transformó en estos días en un lugar de peregrinación. Muchos acudieron a encender una vela, a dejar un expresión de cariño a hacia la familia y los amigos. Lamentablemente, había que atravesar el enjambre de periodistas, de esos que ocupan buena parte del noticiario con la crónica roja, que hacen de los espacios informativos el show del crimen, eso había que enfrentar y tratar de entender la mediatización del dolor y la conmoción como parte de la lucha por el raiting.

En estos días tuvimos que acostumbrarnos a ver en TV las entrevistas en paralelo a los padres de Daniel compitiendo por la audiencia con la entrevistas a los padres de algún cornudo del reality de moda. Así es nuestra TV. Así rondaban a la espera de la  muerte, olvidando que tras ello está lleno de historias de dolor y sentimientos que no quieren ser televisados. Lo más lamentable es la complicidad de algunos miembros de la diversidad  en ese juego, de aquellos que se sumaron a ser parte del show pensando en el provecho político y  mediático; eso es bien triste. Era terrible ver cómo vía on line se anunciaba la “gravedad de Daniel”, “su presumible muerte cerebral”, “su inminente muerte”, en fin, mensajes novelados para mantener la expectación, asumo que eso me resultó doloroso, por ello no me acerque a la posta central, creo que para sentir no es necesario hacer una publicidad de ello.

Creo firmemente que el haber convertido esto en una especie de reality atenta contra el tema verdadero de largo plazo, es decir: avanzar en los derechos plenos de la diversidad para que nuevos casos como el de Daniel no se repitan, aún está pendiente en el libreto.