Nicole Rojas Coordinadora Equipo Derechos Humanos y Políticas Públicas MUMS

De un tiempo a esta parte sentí el imperativo de sentarme escribir sobre la visibilidad lésbica, y es que considero necesario que las propias lesbianas generemos las instancias de esa visibilidad.

Podría señalar que la mujer, en tanto sujeto político, se ha visto invisibilizada también y que por este simple hecho, la mujer lesbiana como parte de un sistema macro social, simplemente ha reproducido lo que ocurre en razón de su género.

Sin embargo, pienso que este sería un análisis bastante reduccionista, ya que el movimiento social de mujeres lesbianas es un tanto más complejo puesto que se compone de diversos factores que dotan al activismo lésbico de numerosas aristas otorgándole ciertas características y particularidades a su acción como sujeto político.

Si bien, creo que no es posible sostener que existe un gran movimiento social lésbico en nuestro país, pienso que si es posible afirmar que se ha ido articulando una cultura lésbica en este último tiempo. Así como el movimiento homosexual adquirió de la cultura homosexual yankee el consumir los “productos” provenientes de su propia identidad, las lesbianas chilenas han comenzado  a  visibilizarse al verse representadas desde aquellos elementos que han surgido, tanto desde la música como en el cine, o en fiestas temáticas exclusivas para lesbianas.

Ahora bien, el consumo de estos elementos no llega a constituirse en un cuestionamiento político sobre la lucha en materia de derechos humanos de la población LGTBIH. Salir del clóset, para una lesbiana representa otros aspectos distintos a los de los hombres homosexuales, ya que el estigma social en las lesbianas no es tan fuerte como en el caso de los gays, en este sentido, la sexualidad femenina, la orientación del deseo a otra mujer, no supone el acto penetrativo explicito, es decir, la sexualidad femenina es una sexualidad que no incomoda e incluso, se ha transformado en objeto de  deseo para consumo como es en el caso del porno.

La implicancia de la ausencia del falo, representa en un nivel social, la posibilidad de que aquella mujer que orienta su deseo a otra mujer, pueda “volver” a la heteronorma sin el castigo social que implica en el caso del hombre homosexual.

Así también un aspecto importante respecto de aquellas lesbianas visibilizadas corresponden a los binarismos de género y la misoginia, este es el caso de aquellas lesbianas que expresan su orientación en su apariencia, su vestimenta: La mujer masculinazada, aquella que es reconocida en lo social, pero que a la vez es estigmatizada por el supuesto de “que quieren ser hombres”. Del mismo modo, ocurre también con aquellas chicas que son “más femeninas”, cuya orientación pasa desapercibida en el mundo social, es está higienización la que no incomoda, pero que sin embargo, reproduce los binarismos de género en la construcción del mundo simbólico, del mundo social externo a la cultura lésbica como al grupo en sí.

Finalmente, considero relevante posicionar la temática lésbica no sólo desde las necesidades prácticas sobre los temas de género y mujer, sino también desde la reivindicación política de las necesidades estratégicas de las mujeres lesbianas, como es el caso de salud sexual y prevención de ITS, maternidad lésbica (ya sea in vitro u otro). El poseer una conciencia política respecto del reconocimiento de nuestra orientación contribuye a fomentar un país más inclusivo en materia de diversidad, transmitiendo también a las nuevas generaciones el crecer sin miedo y con respeto a manifestar de forma libre y responsable la orientación de su deseo, de su amor.